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FIL 2025

Esta fue la primera vez que estuve trabajando en la FIL. Fue una experiencia fabulosa porque lo hice para una de las instituciones más ricas que mis intereses puede llenar, porque pude ver títulos de entre los que pude obtener algunitos, y porque tuve la suerte gigante de recibir libros gratis de la ONU y de la BNP. También fue entrañable encontrarme con todo el mundo, con gente querida y que admiro mucho, incluyendo a Susana Baca, a quien apachurré a mis anchas sintiendo sus manitos frías y dulces por primera vez por un rato larguísimo, y a Katya Adaui, a quien no veía hace siglos.

Fueron veinte días brutales de relaciones y experiencias, casi sin lugar al aburrimiento, a pesar de tener jornadas imparables de 12 horas continuas, por suerte, con gente muy querible y prácticamente con temple de titanio, porque hay que tenerla para soportar semejante rutina laboral antiderechos. Por suerte mi jefe, que tuvo el mismo tren diario, me invitaba café, churros, sanguchitos y trufas, y no me jodía por salirme a fumar, sino ahora mismo yo estaría en cuidados intensivos (a pesar de que tiene un genio horrible cuando se estresa, no como yo que soy un ángel de la tolerancia y la paciencia).

Mi hijo pudo ir un par de días y eso me hizo recontra feliz. Él quedó maravillado con todo lo que pudo hacer y ver, pero tuvo suerte de no necesitar el baño.

Los baños de la FIL son de terror. Fueron improvisados, no estuvieron disponibles desde el primer día ni al segundo ni al tercero, no tenían agua, el personal de limpieza debía jalar los wáters a baldazos, no tenían cerrojos, las puertas se caían a pedazos de verdad, y eran sin la menor duda insuficientes para miles de personas con dignidad entre trabajadores y clientes, incluso los portátiles que durante días estuvieron sin luz, así que había que hacer lo necesario a manotazos en la suciedad, sin contar con que se perdían entre veinte y cuarenta minutos para usarlos finalmente. Es inconcebible que la feria tenga un montón de años y las trabajadoras deban dedicar importantes lapsos a usar el baño en vez de producir o incluso distraerse un rato para romper la exigencia de estar de pie 12 horas tratando de vender libros y registrando esas ventas. Y el personal de limpieza también necesita usar el baño. Fue inconcebible que no se nos permitiera ingresar llegando a la feria para adelantar el trabajo, fuese de limpieza o de acondicionamiento de los stands. Y también fue inconcebible que cerraran los baños de mujeres desde las diez de la noche, pero que los baños para hombres sí estuviesen disponibles indistintamente. No dudo que algunas de nosotras hayan terminado con pielonefritis gracias a las lumbreras de organizadores experimentados y derechohumanistas que dirigen la CPL y la FIL.

Y sí, a mí también me tocó almorzar en el suelo. Eso para mí no fue desagradable porque lo tomé como un relajante picnic sin etiqueta, pero al parecer, para quienes lo tuvieron que hacer cotidianamente no fue muy gracioso que digamos, sino hasta indigno. Desde el día uno pregunté a todos los encargados por el "comedor para trabajadores" y nunca obtuve una respuesta positiva sino solo gestos como "¿de qué está hablando esta señora?". Tan solo el día 19 descubrí, por mí sola, una sala que tenía un letrero que decía "sala de expositores" y resultó ser el bendito comedor segregado con cuatro microondas para los esclavos literarios.

Me pregunto si la CPL, aparte de recabar estadísticas de consumo (y no de comprensión de lectura), también se ocupa de recabar datos de los editores, libreros y empleados que hacemos que la FIL funcione... Me parece que no, porque tras bastidores es una desgracia olímpica que, o nadie ha visto nunca en primera persona, o nadie quiere exponer por algún miedo cojudo ni fidedigno.

Supongo que luego de este post no volverán a darme trabajo en una feria editorial, pero peor es saber que esos centenares de trabajadores dan cuerpo y mente sirviendo sin derechos primarios al conocimiento y esparcimiento de medio millón de personas, una vez al año, durante tres semanas sin parar, como máquinas de escribir con una irreal batería infinita.

Si vamos a hablar de problemas sociales en las industrias culturales, quizá sería útil hablar de los trabajadores de la FIL que sufrirían abusos en sus derechos básicos, como comer, usar el baño o trabajar sin descanso doce horas diarias durante veinte días consecutivos.

El tema de los objetos no literarios que se ofrecen cada vez con más frecuencia en las ferias literarias es, por supuesto, importante, ya que se desviarían de su enfoque principal: el libro. Quizás debería ensayarse un perfil y una proporción de ubicaciones que no afecten la visibilidad literaria. También es importante la supuesta censura de un libro que los organizadores tendrían que haber conocido.

¿Debería la censura ser previa? Me pregunto si, de la misma manera en que se ha condenado la supuesta censura, ¿se condenaría el libro de alguien que descalifique el feminismo, el antirracismo, los derechos humanos o el problema de la contaminación ambiental?

¿Debería haber en las instituciones públicas y privadas un filtro de escritores que califiquen sistemáticamente como “buenas personas”?

Personalmente, creo que no debería haber un filtro de "buenas personas", porque el derecho a expresarse es indistinto e intempestivo, y la bondad y la maldad, en primer lugar, se debaten desde hace dos mil años hasta nuestros días: que si el mal o la bondad están determinados, que si la bondad y la maldad son otra cosa mientras no se cometen, etc. En segundo lugar, el derrotero del debate en el campo de la promoción del libro debería ser cómo hacerlo imprescindible y accesible, y tal vez, otro asunto acerca de la calidad podría ser si alguien que escribe, ordinario o extraordinario, en sus textos aboga sistemáticamente por el odio como solución a los problemas sociales que suelen afligir a ciertas naciones (¿o a todas?). Lo que no es un derecho es hacer apología del odio. El filtro debería ser la apología del odio, quizá ya no simplemente el terrorismo, porque ese ismo se ha vaciado progresivamente de contenido en las últimas décadas: cualquier cosa es terrorismo, incluso con falacias, después de tantos años de existencia como tipo criminal. Entonces, ¿deberíamos preguntarnos qué es el odio?, e incluso, ¿qué es la apología?

Y sí, lo que personalmente me preocupa mucho son los derechos de quienes hacen que las ferias literarias funcionen. El libro aún no ha alcanzado la popularidad de la televisión ni lo que hoy se ve como si fuera televisión en dispositivos audiovisuales. ¿Será porque detrás del libro hay personas y no industrias? ¿Será que lo editorial no es una industria, por muchas máquinas que se utilicen ahora para producirla? ¿Qué necesita la industria editorial: microempresas o transnacionales? ¿Velocidad y radio de influencia o productores? Creo que necesita las tres últimas cosas, y que su magnitud depende de la calidad del contenido.

Las publicaciones de interés público, es decir, sociales, políticas, económicas, civiles y culturales, deberían tener más relevancia. Las publicaciones de interés privado, como mis reflexiones sobre mis problemas personales ordinarios, deberían quizás tener menos importancia para la publicidad y el financiamiento, a menos que fueran experiencias enriquecedoras para los lectores, si se encuentran en algún tipo de crisis, lo que significaría que "mis problemas personales ordinarios" no sólo no son ordinarios, sino que afectan a una población e influyen en su vida cotidiana y en su relación con los demás.

Vuelvo a la libertad de expresión: es imprescriptible con excepción de aquellos cuyo discurso incluye sistemáticamente la apología del odio y pretende la resolución violenta de los problemas.

Si en un texto el autor o autores proponen la masificación del odio y la comisión de crímenes, éste no debe publicarse.

¿Puede un Estado impedir la publicación de libros con apología de odio? Lo que sí puede hacer un Estado es posterior a la publicación, pero, al igual que con las noticias falsas y los videos difamatorios, lamentablemente es difícil erradicarlos al cien por ciento. ¿Por qué? Porque somos miles de millones de personas comunes y corrientes creando infinidad de cosas y conectadas a Internet, y la mayoría de este grupo no se caracteriza por tener tendencias criminales. El ser humano puede ser contradictorio, arbitrario o incluso incoherente, pero no es criminal por naturaleza. Definitivamente no. Quien crea que un ser humano es dañino per sé, no conoce a sus congéneres ni a sí mismo. El ser humano no es dañino, es otro ser en este mundo, un ser al que le encanta poner nombre a las cosas y seguirá haciéndolo: ergo, el ser humano es creativo, y eso es lo que lo identifica. Ciertamente crea problemas, pero también los resuelve, de lo contrario no estaríamos vivos o, de estarlo, nunca tendríamos experiencias de ningún tipo: ni "buenas" ni "malas" ni matizadas. Eso es absurdo. La especie humana es creativa y cada uno de sus miembros es hermoso, por absurdo que parezca en mi caso. Y esos miembros creativos de la especie humana sí son dignos, y comen como gente, necesitan servicios higiénicos para gente y horarios de trabajo decente con salarios decentes.

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