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Patrimonio cultural - Artículo

 Al rededor del mundo, cada vez hay más material bibliográfico sobre protección de patrimonio cultural y, a medida que veo más de esa protección a través de la literatura, acerca de eventos e iniciativas gubernamentales o no gubernamentales y académicas, me asusto. Me parece que se está haciendo o pretendiendo hacer tanto para salvarlo, que tengo la sensación de estar tratando el objeto como si fuera valioso en sí mismo y por sí mismo, o como si se tratara de un ser vivo en coma y con altas posibilidades de morir. Pero no es un ser vivo, por lo tanto no sería preciso referirse a este, al patrimonio cultural, como tal, como ser vivo.

No es valioso en sí mismo ni por sí mismo, ni está en coma y a punto de morir.

Hoy la memoria se trata diferente a nivel de polis, a nivel social.

Imagen del Cementerio Presbítero Maestro. Tomada de Google. Sin fecha.

No se puede olvidar que el patrimonio cultural existe debido a que las sociedades en las que está inserto lo cuidan o lo conservan o intentan conservarlo. Y hay diferencia entre conservarlo e intentar conservarlo: la primera es un hecho y la segunda es una posibilidad.

Las sociedades lo conservan en algún sentido o dirección, en razón o en función de valores determinados o indeterminados, sean reales o imaginarios o ficticios, verdaderos o falsos, incluso positivos o negativos.

El hecho de que el patrimonio cultural esté, más, formando parte del discurso no gubernamental organizado y del discurso gubernamental, me asusta, porque veo la humanización del valor del patrimonio cultural, lo que aparentemente lleva a su fragilización: a la pérdida de los valores de origen o verdaderos.

Con humanización me refiero a su complejización naturalizadora, siendo algo concreto, artificial y limitado.

Esto confirma mi necesidad de artificializar el proceso de enseñanza a través de una tesis (que probablemente me tome muchos años comprobar y concluir).

Si se reartificializa el patrimonio cultural, se podría artificializar la enseñanza, y habría, creo, más probabilidades de comprenderlo como objeto (sea material o inmaterial) y de hacer emerger su valor colectivo, comunal, comunitario o social, según sea el contexto temporal del grupo humano propietario del objeto.

El valor colectivo sería aquel sencillamente de grupo: ¿qué une al colectivo? El valor social sería aquel de seres asociados, es fácil inferirlo. Y el valor comunal o comunitario me es más preciso, pues tiene que ver con que el grupo es comunal o comunitario, se sabe individualmente interdependiente, no solamente se trataría de una agrupación indistinguible de seres humanos, sino una agrupación que se dinamiza en función de su comunicación, con conciencia común de nueve factores alineados: origen, facultades, dificultades, necesidades, posibilidades, instrumentos, recursos, objetivos y logros.

Sin conciencia comunal o comunitaria, el patrimonio cultural no existe o es más perecedero. El patrimonio cultural es un objeto documental comunitario que evidencia, a la comunidad y de la comunidad, todos o algunos de los factores listados en el párrafo anterior y, por ende, posible articulador de origen y logro. Esa articulación no debe ser sino beneficiosa, es decir que debería procurarse que lo de en medio sea benéfico, que facilite la comunicación a través de condiciones y con cualidades benéficas: de bien común.

En el 2016 o 2017, en Lima, hubo un evento organizado por el Ministerio de Cultura, que llevaba el tema de la recuperación del centro histórico de Lima, a causa de manifestaciones en las que se demandaba la "recuperación" del centro histórico. Un antropólogo o sociólogo de apellidos Vega Centeno, que estuvo invitado como ponente, empezó su exposición cuestionándose por esa "recuperación": ¿qué se quería con esta?, ¿recuperar qué?, ¿los objetos, la ciudad, la vida social, la democracia, el uso? La idea principal, de principio a fin, fue que el centro de Lima es más democrático.

Pero creo que el estado no ha entendido la respuestas. O quizá el colectivo no ha encontrado, aún, cómo transmitirlas claramente, o quizá el estado no tiene capacidad para entenderlo.

En el sector que atiende o maneja asuntos de patrimonio, tanto a nivel de estado, a nivel social, a nivel político e, incluso, a nivel técnico, es un caos, es como no comunicarse en absoluto. No hay conceptos claros, no hay concreción de ideas, solo abstracciones subjetivas. De hecho, yo misma estoy exponiendo una serie de subjetividades desde que no coloco fuentes de referencia que avalen este artículo.

Volviendo al colectivo multinivel del patrimonio cultural del que me considero parte, no nos valemos en todo lo posible de métodos claros mediante lenguaje concreto cuando se trata la memoria colectiva y sus elementos, o sea, el patrimonio cultural. El lenguaje concreto esclarecería el método, y el método claro se valdría de un lenguaje concreto.

Pero usamos conceptos de manera arbitraria, los importamos de todas partes, externas e internas, y los incorporamos al discurso, si es que lo hay, sin cuidar la relación de ideas con significados y significantes.

Ni qué decir de la necesidad de transmitir el discurso en otros idiomas peruanos, que provienen de otras cosmovisiones todavía incomprendidas.

Esto concluye en un discurso que obliga, en un extremo, a proteger el patrimonio por el patrimonio y, en otro extremo, estimula a abandonar el patrimonio porque es viejo. El discurso se centra en un valor estético canónico predominante porque el debate se concentra en la ciudad de Lima por parte de actores que aún no tenemos claro nada al respecto.

¿De qué elementos conceptuales y definitorios nos valemos para comunicarnos y llegar a acuerdos respecto del uso del patrimonio cultural, sus valores, motivos de conservación y modelos de uso, conservación y eliminación? ¿De qué fuentes? Si no se llega a acuerdos, o estos acuerdos no son claros, es porque la comunicación aún no fluye, no es clara. No fluye por distorsiones semánticas, digamos que involuntarias.

El problema no es que en el Perú se hable casi 50 idiomas, uno de los problemas radica en que los expertos, que además estamos concentrados espacialmente (Lima), no hemos aprendido a hablar de patrimonio cultural.

En la historia oficial peruana, según Guillermo Cortés Carcelén durante una clase del diplomado de Gestión Cultural del Museo de Arte de Lima (2010), la conservación del patrimonio se normó en el gobierno del virrey Abascal. Es decir, desde hace 200 años se estaría intentando, en el Perú, entender y conservar el patrimonio cultural. Son 200 años inventando la pólvora con fórmulas cada vez más enrevesadas por cuestiones semánticas, lingüísticas y, sobre todo, subjetivas. Se pretende aplicar técnica, pero no la hay. Es decir, hay técnica para conservar la materia, pero no para mejorar la idea de patrimonio.

Siempre hay que empezar cada charla, conversatorio o reunión, preguntándose qué es patrimonio, para qué patrimonio, qué valor tiene, por qué, etc. Cuestiones que entre especialistas deberían ser respuestas.

Pero no se puede hablar aún de patrimonio cultural: se ha vuelto tal como hablar del ser humano: una dificultad infinita. ¡Pero el patrimonio no es un ser infinito como el individuo con miles de factores endógenos y exógenos que determinan o indeterminan su existencia y su estadía!

El patrimonio cultural es un elemento de la memoria colectiva.

También se habla de memoria colectiva y de memoria histórica. A veces noto disyuntiva al usar uno u otro condicionante, pero no son equivalentes simples, con el segundo se hace referencia a eventos de una secuencia temporal definida, y con el primero, a toda la memoria de un colectivo, sin límite temporal, dado que cualquier evento pasado aflora y resulta significativo en algún momento de una discusión.

Retomando el significado de patrimonio cultural, este es elemento de la memoria colectiva y, al ser un elemento, además creado, es finito como objeto y como idea: no puede abarcar ni extenderse indefinidamente. Posee valores, y estos son, dependiendo de su forma, de lo que simboliza y de lo que transmite: sociales, civiles, religiosos, políticos, económicos o culturales. Cualquiera de esos valores pueden ser éticos o estéticos (para no hablar de moral, que es un término demasiado abstracto y quizá demasiado avasallador). Dicho de otro modo, debido a que el patrimonio es un elemento cuya razón se sitúa explícitamente en la memoria colectiva, que es un recurso para la sobrevivencia, el patrimonio es un instrumento con el que activar dicho recurso.

El patrimonio cultural es tal en función de su núcleo mnemológico. No lo es por lo que motivara su creación, ni por su valor estético, ni por su uso ni por quiénes o quién lo creó. Una escultura no es patrimonio porque es bella o porque la hiciera un gran escultor. Un canal de riego no es patrimonio por su forma o porque lleva agua, sino porque en determinado momento pasa a representar un hito en la memoria colectiva. Ese hito puede ser notorio, es decir patrimonial o patrimonializable, a los 100 años o a los 50 o a los 10, etc. Antes de ser reconocido, oficialmente o no, el patrimonio es únicamente una creación para un objetivo, sea el objetivo transmitir alguna forma de belleza, un rito, para que determinados actores ocupen un espacio, para que una comunidad viva mejor, etc.

El patrimonio sirve para recordar algo. Es el recordatorio que me recuerda qué hay que hacer, por qué, para qué y, a veces, cómo hacerlo o qué mejor no hacer.

Me pregunto cada vez más, ¿para qué recordar que fuimos un virreinato? ¿Para qué conservar edificaciones de hace 200 años o más? ¿Qué las volvió hitos de nuestra memoria colectiva? ¿Por qué querríamos mantener el uso original de 100 mil habitantes en un centro histórico con el triple de habitantes y varias veces más el número de usuarios, y en una metrópolis con 10 millones de personas?

Un virreinato, o simplemente la idea de una colonia por defecto injusta, no es algo de lo que enorgullecerse. El virreinato recuerda que esa no es la forma más beneficiosa de hacer comunidad porque se define por el abuso y el clasismo. Sin embargo, a pesar de que los objetos del patrimonio, los edificios no están en buenas condiciones físicas ni legales, sí conservamos muchos hábitos virreinales o coloniales: abuso y clasismo.

¿Qué representa cada edificio virreinal en el centro histórico de Lima? Belleza, destrucción, nostalgia y lástima, mucha lástima. No se recuerda su origen ni sus eventos. Se olvida el virreinato y lo que significó a través de sus inmuebles representativos, y se sigue teniendo comportamientos injustos.

El origen de estos edificios es religioso, civil, político y/o económico. Algunos inmuebles son "bellos" de una u otra manera, pero realmente no es lo más relevante, dado que la belleza indiscutiblemente depende de quien la lee; la definición de qué es bello incluso se puede imponer, pero sigue sin ser relevante si, además, para ser aceptado como bello, se requiere de la imposición. Es decir, si el discurso se centra continuamente en la belleza del objeto, probablemente termine calando ese "valor" en la sociedad. Pero estos edificios, con su forma evidencian en qué momento fueron construidos: adobe, quincha, ladrillo, cal, yeso, madera, hierro, bronce, cobre, piedra y ornamentos; qué tan funcionales fueron los materiales con relación a la geografía y clima del territorio histórico de Lima, qué se requirió para construirlos, aparte de materiales, qué técnica, qué operarios. Asimismo, evidencian qué actores idearon y ocuparon esos espacios, qué papel jugaron en la sociedad y en qué momento de la historia.

Tampoco se trata de rayar en el maniqueísmo y concluir que el patrimonio virreinal o colonial es "malo". Lo concreto es que trae a la memoria colectiva varios recuerdos, unos alegres, algunos enorgullecedores, otros vergonzosos, otros dramáticos, así como otros simplísimos, ordinarios pero agradables de recordar. ¿Dónde situaríamos la cotidianidad del "un solo caño", los intercambios culturales, las periodicidad de las procesiones, las formas de nuestras herramientas, las batallas, las jaranas? Son eventos y objetos sociales, políticos, civiles y económicos que nos recuerdan de qué sociedad formamos parte y nos podrían llevar a reflexionar cuánto hemos evolucionado en nuestras relaciones: si somos colectivo, sociedad o comunidad, si podemos evolucionar un poco más y cómo hacerlo.

Pero hemos humanizado el patrimonio cultural, incluso divinizado, y así no se va a poder conservar. Hemos errado en los instrumentos.

Según Hernández Sampieri (conferencia en la UNMSM, 2018), se resuelve problemas en orden y proporción del tipo de evidencias. La evidencia es que el patrimonio cultural es objeto, por lo tanto se debe pensar como que es un objeto. Y un objeto se caracteriza por su finitud. Sin embargo se le piensa desde las infinitas variables que posee un ser autónomo y arbitrario (por el libre albedrío que caracteriza al ser humano). Digamos que el patrimonio es cuantificable y el ser humano calificable. Si el problema es un objeto, es cuantificable y, por lo tanto, amerita ser resuelto con instrumentos cuantitativos.

Es relativamente lógico que al ser elemento fundamental de un recurso humano como la memoria, sea estudiado desde las ciencias sociales. Pero, según Bunge (2011), las ciencias sociales no son ciencias naturales ni se pueden tratar solo con enfoque naturalista. Hay que recalcar que el patrimonio es un artificio, una creación, un enser limitado con funciones limitadas.

Digamos que tenemos un gran inmueble histórico, de 300 años, de adobe y quincha, con 20 habitaciones, huerta, casa de servicio, caballeriza y tiendas, conservado íntegramente; fue hecho para que habite una familia de cinco personas con personal de servicio, 15 personas. Digamos que un día, todas estas personas abandonaron el predio y que otras 50 llegaron a ocuparlo. Digamos que luego se ordenó la situación y se cambió el uso, de vivienda de 10 personas, se adaptó a vivienda para 50, con todo el interior diferenciado. Digamos que pasan 50 años y ya no vive nadie allí. Digamos que de pronto alguien lo convierte en discoteca y se vuelve a adaptar al nuevo uso. Digamos que pasan más años y alguien lo quiere convertir en piscina municipal. Y se hace, pero, o no dura como piscina o sencillamente por sentido común, no se hace. El uso del patrimonio tiene un límite físico. Se puede convertir en iglesia, o una iglesia se puede convertir en discoteca, pero de ninguna manera en piscina municipal. Para eso último sería indispensable derribar el edificio y usar el terreno. O sea que nuevamente es notorio que es limitado. 

Pero digamos que el inmueble tiene valor social: lo construyó la comunidad de la época para que sirva de almacén o despensa de alguna especie; o tiene valor civil: lo construyó el concejo, el poder judicial, etc., para que funcione en alguno de esos rubros; o tiene valor político: lo construyó el jurado electoral o el congreso; o tiene valor económico: es un mercado o un supermercado o un edificio de la bolsa o un banco; o tiene valor cultural si fue hecho para desarrollar o exponer manifestaciones artísticas o para la transmisión de costumbres o para debate de asuntos éticos y estéticos. Cualquiera de esos usos puede cambiar y adaptarse a otras necesidades, pero el cambio pretendido no siempre será compatible con todos los usos imaginables. Las posibilidades son finitas.

La enseñanza de la memoria colectiva, del patrimonio cultural, debe entonces artificializarse, sistematizarse. Se le debe extraer un buen poco de sus cualidades mágicas indecodificables, deshumanizarlo, descomplejizar su supuesta naturaleza, pues es clave de un código artificial que, aunque parezca complejísimo, es limitado. Y está limitado por su origen, usos, cualidades, potencialidades y contexto específico (el contexto que sea en el que esté inserto). Esto no quiere decir que ya no se piense ni reflexione el patrimonio, la cosa: quiere decir que parece necesario volver a verlo como cosa, valiosa, con valores, conservable en principio convencional, pero, cosa al fin y al cabo.

Hay una dimensión de uso del patrimonio (como patrimonio) que hay que anotar: la destrucción / salvataje parcial o total de objetos del patrimonio como instrumentos de mensajes político-religiosos. La destrucción hace referencia a acciones yijadistas, por ejemplo, y el salvataje hace referencia a las acciones de rescate durante la segunda guerra mundial.

¿Qué símbolos fueron destruidos y cuáles salvados?

¿Qué impacto tuvieron estos eventos en la opinión pública?

¿En qué se ha traducido ese impacto, qué ha originado ese impacto, qué efectos ha habido?

¿Realmente, qué se pretendía transmitir y qué se transmitió con la destrucción / salvación del patrimonio material?

Lo que simboliza el patrimonio cultural también lo hace destructible o salvable, el objeto puede llegar a significar creencia o poder. El mensaje al colectivo, respectivamente, habría sido: si destruyo tu patrimonio, dejas de creer, no existes; si lo salvo, crees y existes.

Pero en esos eventos emblemáticos los colectivos dueños del patrimonio no participaron previamente: no decidieron ni destruirlo ni salvarlo. Fueron mensajes políticos y religiosos a la opinión pública. Hay que recordar que el patrimonio cultural, cuando ya es considerado como tal, sea que haya sido declarado o no, es posesión de la nación o del colectivo en el que se encuentra, no del estado, como erradamente se dice de vez en cuando, al menos en Lima. Sin embargo es deber de los estados velar por la conservación del patrimonio cultural, dado que está conformado por administradores elegidos por la sociedad (al menos los representantes políticos). ¿Pero por qué es deber de los estados la conservación del patrimonio? Porque cuando es reconocido, oficialmente o no (allí entra la presunción de patrimonio que en nuestra constitución política se ha alterado), pasa a ser bien público cuya razón de ser es conectar a la población con su pasado para poder vivir y planificar en paz, es decir, que se vuelva sociedad intercomunicada, capaz de comunicarse, capaz de generar convivencia saludable y desarrollo sostenible.

El agua es tan valiosa como la vida, y el patrimonio cultural es tan valioso como lo son las comunicaciones.

Hay que hacer notar, si no es evidente, que en ninguno de los casos se ha tratado de patrimonio inmaterial, sino solo material: cuadros, esculturas, documentos, edificios, utensilios, partes de otros objetos.

Acerca de la salvaguardia del patrimonio inmaterial en contextos caóticos o conflictivos, ¿qué acciones de destrucción / salvataje hay? ¿Hay políticas públicas conocidas por los individuos interesados en la conservación de la memoria? ¿Es tema en debate al menos en círculos de expertos? Es probable, pero la opinión pública no lo vería sino solo como relleno en medios de comunicación.

Finalmente, las fallas conceptuales que llevan al mal planteamiento de soluciones respecto de problemas de patrimonio cultural, son: patrimonio material, patrimonio inmaterial, patrimonio intangible (ergo, habría patrimonio tangible), conservación, restauración, recuperación, remodelación, puesta en valor, puesta en uso, cultura, historia, colectivo, comunidad, nación, estado, política, lo público.

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