De herencias y otros trajines
Por: Javier Lizarzaburu
Cosa curiosa lo de esta
mañana, pero salí al balcón en busca de inspiración y ahí mismo, de
golpe, surgieron tres imágenes que armaron mi argumento para esta
columna: la huaca, los obreros y el cartel. A la derecha estaba la
huaca Pucllana que, tal como va avanzando su recuperación, es como ver a
una hija que cada día que crece se pone más guapa.
En el terreno anexo, un grupo de trabajadores desayunaba alrededor
de una mesa, bajo un techo de esteras, antes de continuar con sus
labores. Y directamente al frente tenía el enorme cartel del edificio
que en breve empezarán a construir, con el nombre de edificio Pucllana.
Debajo, como un beneficio adicional, dice “con vista a la huaca”.
Y, así, en tres rápidas imágenes volví a entender el concepto de patrimonio. O mejor aún, para qué sirve hoy.
El origen de la palabra ‘patrimonio’ tiene toda la calidez y la
familiaridad que ella misma no posee: son los bienes que recibes de tus
padres, de tus abuelos, de tus ancestros. Y en Lima recién ahora
empezamos a reconocer que tuvimos muchos abuelos que nos dejaron una
herencia considerable.
Podría decirse que todo empezó a cambiar un día, hace 30 años,
cuando una arqueóloga, Isabel Flores, se paró frente a ese cerro
abandonado, foco de conflicto social, y en lo que era una de las zonas
más deprimidas de Miraflores, y dijo: ‘aquí hay algo que nos pertenece’,
y empezó a excavar.
Y lo que sucedió fue que empezó a transformar no solo el cerro sino
el barrio, la ciudad y a nosotros mismos. Pucllana hoy en día da
trabajo a unas 45 personas, la zona se ha revalorizado, las propiedades
se han transformado, y qué limeño no siente orgullo de ese lugar. Es
algo que bien se puede imitar en otras partes de la capital.
Por eso sentí un marcado optimismo este lunes. Ese día fui invitado
al primer taller de gestión del patrimonio arqueológico, convocado por
la Municipalidad de Lima. Ahí estaban casi todos los representantes de
cultura de los 43 distritos capitalinos. Algo inédito.
El evento había sido organizado con ocasión de la declaración de
Lima como Ciudad Milenaria, Ciudad de Culturas, y estaba destinado a
poner la primera piedra de un proyecto de trabajo conjunto, entre todos
los distritos de la capital, para la puesta en valor de esa enorme y
vasta herencia que tenemos desperdigada.
Es verdad, es una tarea enorme. Pero al mismo tiempo, tan cargada de
posibilidades. Ahí estaban funcionarios de los ministerios de Cultura y
de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) dispuestos a asesorar a los
municipios, y será en mayo, cuando se realice el segundo taller, que
veremos cuánto se avanzó en el compromiso y los planes.
Mientras tanto, de esta experiencia me quedó otra imagen: la del
gerente de uno de los nuevos distritos de Lima que llegó sin saber de la
existencia de huacas, y que terminó la sesión pidiendo información.
“Estoy contento de saber esto y quiero que la gente de mi distrito lo
sepa”, expresó. Ese hombre llegó sin nada y salió con algo nuevo: una
herencia que reclamar, y dio un primer paso. Tal como sucedió hace 30
años con la huaca miraflorina.
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