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El ONCEAVO ARTE

El Onceavo Arte
Por: Carlos Campos Serna
Ed.: AVVZ
Se dice que arte, es todo quehacer creativo que los seres humanos realizamos. Pero existe el arte oficial, que para mí, son ideas manifiestas, en su mayoría, sobre una superficie blanca.

Ya que: la arquitectura para poder ser una bella obra arquitectónica, necesita ser representada en planos arquitectónicos; la música necesita estar en partituras para ser interpretadas como grandes melodías, y aunque, actualmente la poesía (literatura) puede ser presentada en libros electrónicos: no se puede comparar con el placer de leer un libro impreso. Así también, los grandes guiones se escriben con la combinación de dos colores opuestos, para después ser vistos en superficies blancas de grandes dimensiones a través de proyecciones o en escenas teatrales… y entonces, podríamos seguir con la pintura y la historieta, exceptuando (eso sí) los movimientos maravillosos y exquisitos del cuerpo humano transformados en danza o la capacidad de las manos para transformar cualquier material en una escultura.

Para el ojo común del observador, el arte puede ser estupendo, deslucido: algo o nada. Por consiguiente, los sentimientos e interpretaciones que pueda despertar éste, son distintos.

Hace algunos días, al ver una exposición en la que, dos culturas se enlazaron para la transformación de la poesía alemana en pinturas de artistas peruanos, recorriendo la exposición, no leí primeramente la poesía como lo venía haciendo en cada uno de los paneles sinó, que esa noche me interesó más la pintura tridimensional que la poesía olvidada. Definitivamente me había cautivado esta, llegué a observarla excesivamente, más que las otras: con indecisión. Analicé que el artista había construido en un fondo negro algunos volúmenes alrededor del marco, los cuales, se distinguían por sus tapas que se habían pintado con destellos de pintura plateada - fosforescente y en medio se encontraba una figurita solitaria tirada patas arriba sobre ese desierto negro; del techo de la galería colgaban unos cables negros que recorrían un camino hacia la pared para esconderse atrás de la pintura y que salían al centro de esta, es decir, arriba de los pies de la figurilla. Para el artista los cables representaban la vida del universo y la muerte de la figura.

Esa noche me fui a la cama con la duda. No pude dormir y para colmo había olvidado leer la poesía.

Al día siguiente, me levanté con la impaciencia de mi alma dudosa pero también con el estómago vacío -ceno muy poco para luchar contra el sobrepeso-, así que primero le puse atención al vacío con un rico desayuno, para después trasladarme al instituto (Goethe) donde se encontraba la exposición. Inmediatamente, estando ahí, leí solamente la poesía de Hans Bender:

EL PRISIONERO MUERTO

La nieve
Un hombre en la tierra,
Un cura
Sin cruz
Sigue el rastro del trineo.
El cielo
Detrás de los cuervos
La tierra,
Hielo
Entre el puño y
La hendidura
Se quiebra la pala
Cadáver
Ajeno a todo.
Eterno,
En las garras
De una nieve extraña.

Echando nuevamente un vistazo al cuadro, sorpresivamente había encontrado la respuesta al dilema que no me había dejado dormir la noche anterior, de cómo dos artistas de culturas y épocas distintas, habían interpretado con sus palabras y materiales, elementos que conformaban sucesos de mi existencia, ya que, siendo un arquitecto, encontré la pintura tridimensional como una maqueta arquitectónica y recordé también las palabras que mi abuelo les dijo a sus hijos cuando murió: que la muerte le llegaría cuando ellos vieran sobrevolar doce cuervos en un fondo azul y que ésta, también llega en el sentido inverso de la vida, es decir, por los pies, dejando a la persona sola en un universo indefinido y negro. Por otro lado, cuando yo empecé a construir el sueño de muchas personas, no puse la primera piedra, sino que empecé a limpiar el terreno con una pala, en donde yo iba a construir mi casa; con la primera palada me encontré la misma efigie escondida y solitaria debajo de la arena -que por cábala y aunque soy ateo- la puse sobre el panel de mi auto sin ningún pegamento y que después por efecto del calor del sol, las manos de ésta se quedaron bien sujetas y, que al salir la luna, refleja una silueta en forma de cruz sobre esa superficie también negra, y no obstante de que con ese auto he manejado cuatro años, esa figura desabrigada no se ha movido de su lugar, aunque tenga que frenar intempestivamente en el tráfico de la Ciudad de México. Pero, lo más insólito de esta historia, es la conexión de dos cristos; uno peruano solitario en ese universo negro del pintor y el otro mexicano perdido en la arena de las playas de Acapulco y que fueron los personajes que representaron a mi abuelo, y la construcción de unos de mis sueños: la construcción de mi casa de playa.

Y, definitivamente, con todas estas impresionantes coincidencias universales, pude reencontrarme con una conclusión filosófica: La vida es un arte.

Referencia: Bender, Hans: "El prisionero muerto", en: Boso, Felipe: 21 poetas alemanes Vol. 1, Madrid 1980, Pág. 53

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