
Entonces, decidí seguir amaneciendo, en blanco y negro, como si la monocromía tuviera sabor a manjarblanco tibio con cuchara de madera ennegrecida en el borde, usada y re-usada; a perfume dulce que sale de una olla vieja, en una cocina vieja, donde talvez sólo los reposteros y la silla, tengan color, color verde agua, verde clarito, donde todo lo demás sea blanco y negro… ¡ah! menos su sonrisa y sus mejillas rosadas. Sí, no todo es blanco y negro. En colores es la cosa nostálgica de recordar como si fuera hoy el momento que pasó. Recuerdo en colores, algunas cosas maravillosas de la vida, mientras la vida presente también es una maravilla porque estoy viva… aunque sola. Con todos los árboles para mí, con todo el olor del mar para mí. La realidad es en blanco y negro, el color está salpicado en los buenos sueños, en los buenos recuerdos, donde todo se ve desde abajo, enorme, más feliz porque es más grande. Aunque a veces, hay recuerdos en colores y dan miedo; el recuerdo de mirar todo desde abajo y más grande y atemorizante y peligroso; hay recuerdos donde predomina el rojo-negro, donde el blanco sólo es una marca sobre los hombres y los objetos para conservar en la memoria el instante, que normalmente es un instante que dura mucho, mucho, como una noche de insomnio. Un blanco sin brillo, sólo un elemento diferenciador de formas en el escenario… momentos que no se van, por los que uno tiene ganas a veces, de ir a pararse apoyado en el parapeto amarillo, que hoy está todo sellado y taponeado.
Pero hoy, es un día en blanco y negro con olor a manjarblanco tibio, agradable, feliz, sin manjarblanco, pero feliz. Porque tal vez, he dejado de añorar el puente alto y a sus transeúntes que decidieron dejar el tránsito; la vista del horizonte limpia y sin obstáculos. Tal vez… hasta cuándo, no lo sé. Todo es blanco y negro, brillante por los charcos que reflejan la luz del sol que se mete en complicidad con el mar a mi mundo.
Doy vueltas y oigo la bulla del agua. Café con cocoa y leche y un poco de fruta picada espolvoreada con canela. Todo dulce. Pero, un momento: ya no tengo eso… Ahora tengo mariposas de colores que irrumpen en los trazos marcados por luces blancas y sombras negras. Mis flores están tristes, de nuevo, como cuando me iba y no regresaba hasta después de dos días. Ya no les hablo. Las rejas blancas no me dejan y yo podría hacer algo… pero no lo hago. Las extraño y me apena su soledad cuando me han acompañado… me apena que sientan frío y no detenerme a escucharlas ni a engreírlas; me hace sentir culpable, porque ellas siempre han estado ahí, sonriendo. Y yo estoy sentada aquí, sin hacer algo satisfactorio, privada de disfrutar del invierno gris de Lima con su adorable panza de burro limpia de todo, limpia de estrellas en la noche y de nubes en el día. La conversación con las lantanas. Todo en blanco y negro. Qué hago aquí, lejos del viento que se escabulle entre los edificios, lejos del color de la paleta. Eso duele. Tener que estar aquí por plata, porque sinó, con qué consigo los colores para pintar mis recuerdos, mis sueños, mis ganas, miedos y mis pesadillas. Extraño el puente, para pararme simplemente, para alucinar que decido detenerlo todo, para mirar todo el horizonte, para seguir caminando, nada más. Hoy todo es blanco y negro, pero hay ínfimas gotas rojas, que matizan, dando ese toque de novedad a mis fotos. Y no me interesa hacer novedosas mis fotos. Las quiero en blanco y negro. Nada más. No me interesa que vuelva el rojo a dar el toque, que se vuelve estocada; que si tengo que volver a morirme, esta vez, prefiero escoger yo el medio.
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