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Amanece

Abro los ojos, me levanto, huelo todo el mar, veo todo en blanco y negro en alba matutina, con luces y sombras exacerbadas. Mucha luz y mucha oscuridad. Camino sin zapatos, abro las cortinas y miro los rayos de sol sobre los charcos de agua que dejó la minúscula lluvia por la madrugada. Abro la puerta y las ventanas para que entre el aire frío de las siete de la mañana, cuando nadie siente porque todos duermen. Es domingo y rompo el silencio con el sonido suave de la música y la voz de una mujer que es la más bonita de la manzana. Camino relajada, doy vueltas mirando como si fuera mi primera mañana; hago todo lentamente, pienso, siento, me prendo un pucho, observo el humo, me siento, siento que estoy viva. Pasan algunos minutos y saco un poco de fruta, café, leche, sal, azúcar y cocoa. Pongo a hervir agua y me voy a la sala. Me paro en el marco de la puerta e intento capturar la luz sobre mis plantas y guardo el recuerdo porque si ellas tuvieran ojos y boca, sonaría más razonable contarles que éstas, sonríen y cómo dan la cara al cielo mientras ajustan los ojos para no herirse con el brillo que viene del este, por sobre los muros de las otras casas, donde todos duermen. Y tal vez, hay alguien despierto, mirándolo todo, creyendo que el sol es sólo para él, como yo creo que el sol es sólo para mí y para mis plantas y para el ser que habito… porque mi mundo está vivo. Sí, también está despierto y se llena del perfume de la costa verde, que no se llega a ver ni es verde, pero que está cerca, pasando bajo el puente de tantos finales; los finales de aquellos a los que les cuesta la vida levantarse por la mañana, que sienten en colores, colores de sangre, colores de dolor, dolor físico, dolor de mente, dolor de alma, sin darse cuenta de que a todos nos duele igual. Pienso en el puente y a veces lo extraño, abierto; me recuerdo apoyada en el parapeto amarillo, sacando los ojos, la nariz y el pelo, como avisando que aquí estoy, contemplando lo inalcanzable, contemplando las escalinatas marinas y mirando para abajo, de vez en cuando. Imagino a los transeúntes que decidieron fundirse con los adoquines que decoran el camino que hay debajo del puente. Imagino que alguna vez quise ser yo quien se quedara estacionada para siempre. Recuerdo que me quejé mucho cuando le dieron de baja a las partidas desde el puente y que nunca fui capaz, más que de analizar los puntos más precisos de inicio para la carrera. Incluso ya agotadas las probabilidades, busqué hasta el menor resquicio para pasar idealmente el cuerpo; pero el pasto no es atractivo para tumbarse para siempre encima de él.
Entonces, decidí seguir amaneciendo, en blanco y negro, como si la monocromía tuviera sabor a manjarblanco tibio con cuchara de madera ennegrecida en el borde, usada y re-usada; a perfume dulce que sale de una olla vieja, en una cocina vieja, donde talvez sólo los reposteros y la silla, tengan color, color verde agua, verde clarito, donde todo lo demás sea blanco y negro… ¡ah! menos su sonrisa y sus mejillas rosadas. Sí, no todo es blanco y negro. En colores es la cosa nostálgica de recordar como si fuera hoy el momento que pasó. Recuerdo en colores, algunas cosas maravillosas de la vida, mientras la vida presente también es una maravilla porque estoy viva… aunque sola. Con todos los árboles para mí, con todo el olor del mar para mí. La realidad es en blanco y negro, el color está salpicado en los buenos sueños, en los buenos recuerdos, donde todo se ve desde abajo, enorme, más feliz porque es más grande. Aunque a veces, hay recuerdos en colores y dan miedo; el recuerdo de mirar todo desde abajo y más grande y atemorizante y peligroso; hay recuerdos donde predomina el rojo-negro, donde el blanco sólo es una marca sobre los hombres y los objetos para conservar en la memoria el instante, que normalmente es un instante que dura mucho, mucho, como una noche de insomnio. Un blanco sin brillo, sólo un elemento diferenciador de formas en el escenario… momentos que no se van, por los que uno tiene ganas a veces, de ir a pararse apoyado en el parapeto amarillo, que hoy está todo sellado y taponeado.
Pero hoy, es un día en blanco y negro con olor a manjarblanco tibio, agradable, feliz, sin manjarblanco, pero feliz. Porque tal vez, he dejado de añorar el puente alto y a sus transeúntes que decidieron dejar el tránsito; la vista del horizonte limpia y sin obstáculos. Tal vez… hasta cuándo, no lo sé. Todo es blanco y negro, brillante por los charcos que reflejan la luz del sol que se mete en complicidad con el mar a mi mundo.
Doy vueltas y oigo la bulla del agua. Café con cocoa y leche y un poco de fruta picada espolvoreada con canela. Todo dulce. Pero, un momento: ya no tengo eso… Ahora tengo mariposas de colores que irrumpen en los trazos marcados por luces blancas y sombras negras. Mis flores están tristes, de nuevo, como cuando me iba y no regresaba hasta después de dos días. Ya no les hablo. Las rejas blancas no me dejan y yo podría hacer algo… pero no lo hago. Las extraño y me apena su soledad cuando me han acompañado… me apena que sientan frío y no detenerme a escucharlas ni a engreírlas; me hace sentir culpable, porque ellas siempre han estado ahí, sonriendo. Y yo estoy sentada aquí, sin hacer algo satisfactorio, privada de disfrutar del invierno gris de Lima con su adorable panza de burro limpia de todo, limpia de estrellas en la noche y de nubes en el día. La conversación con las lantanas. Todo en blanco y negro. Qué hago aquí, lejos del viento que se escabulle entre los edificios, lejos del color de la paleta. Eso duele. Tener que estar aquí por plata, porque sinó, con qué consigo los colores para pintar mis recuerdos, mis sueños, mis ganas, miedos y mis pesadillas. Extraño el puente, para pararme simplemente, para alucinar que decido detenerlo todo, para mirar todo el horizonte, para seguir caminando, nada más. Hoy todo es blanco y negro, pero hay ínfimas gotas rojas, que matizan, dando ese toque de novedad a mis fotos. Y no me interesa hacer novedosas mis fotos. Las quiero en blanco y negro. Nada más. No me interesa que vuelva el rojo a dar el toque, que se vuelve estocada; que si tengo que volver a morirme, esta vez, prefiero escoger yo el medio.


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